Diana, nuestra Diosa Madre

 

ALFREDO ERIAS

El periódico de Las Mariñas, Enero 2000.

La necesidad de una fuente en la Plaza del Campo era un tema recurrente en los ayuntamientos betanceiros de principios del s. XIX, por lo menos desde 1835. En 1842 D. Froilán Troche y Zúñiga (1799-1855) se ofrece a hacer "una fuente con caño o caños para llevar las sellas y un pilón para beber los ganados" "en uno de los cuatro ángulos del Campo de la Feria". Pero, a pesar de ser aprobado el proyecto inicialmente, nunca se llevaría a cabo.

La Fuente de Diana preside la Plaza del Campo de la Feria desde 1867. Ese año, concretamente el 17 de noviembre, fue inaugurada solemnemente dentro de un ambiente festivo en el que no faltó la música popular ni los fuegos artificiales. Presidió los actos el Teniente de Alcalde, D. Francisco Díaz de Losada, puesto que el Alcalde, D. José M0 García, se encontraba enfermo. Está fundida en hierro por "J. J. Ducel et Fils" de París y se llegó al proyecto definitivo después de varias propuestas, que puede ver el lector en un trabajo de D. Xesús Torres del Anuario Brigantino 1995.

La fuente venía a completar la urbanización de la plaza, pavimentada entre 1845 y 1846. Pero no eran sólo motivos estéticos los que llevaron a su construcción, porque de hecho cubría una necesidad evidente en el abastecimiento de agua potable.

En los primeros tiempos la acompañaron solamente dos faroles de gas, pero a finales del siglo la vemos con árboles y así, con plátanos primero y acacias después, llega hasta hoy, resistiendo al tiempo y a la nueva era de los aparcamientos subterráneos. La traída de aguas de la Segunda República borró de su entorno uno de los paisajes humanos más característicos y hermosos de la ciudad: el de las hileras interminables de sellas esperando su vez, con las augadoras que se ganaban la vida llevando agua a las casas burguesas, las mozas casaderas andando muy ergidas con las sellas cual trofeos, los "díxome-díxome"... No es extraño que estas mujeres le echasen pestes al Alcalde (y concejal según las épocas) D. Víctor Cancela Noguerol que cometió el "pecado" de simbolizar en su persona la traída del agua: pronto moriría, de tuberculosis según los médicos y de mal de ojo de algunas augadoras según otros.

El caso es que por mucho que cambien los tiempos, Diana parece inmutable en el Campo de la Feria. Ella es también nuestra conexión con París y, ya puestos, con Europa, el mundo clásico y el Neolítico. Quien entre en el Museo del Louvre se la encontrará en una hermosísima versión romana que es la "madre" de la nuestra y de muchas otras como la de los jardines del Palacio de Luxemburgo, también en París.

 

 

Diana es la diosa de la luz y la luna, la forma femenina de Jano (a quien curiosamente, encontramos también en Betanzos en la clave de bóveda del ábside de Santa M0 do Azougue), dios creador, del principio y el fin, identificado con el Sol. Figuraba Diana en el panteón romano unida al culto de Apolo (de quien era hermana), reduplicación del dios solar asimilable a Jano y a Zeus (el mismo dios solar neolítico con diferentes nombres).

Es la misma Artemisa de los griegos, hija de Zeus, la que envía la luz de la luna en dardos brillantes y veloces, por lo que se la representa con arco y carcaj. Es el ideal femenino, como Apolo lo es masculino, y los escultores clásicos no se cansaron de representarla. También es, entre muchas otras cosas, la diosa de los animales salvajes, a los que persigue y caza (ciervos, jabalíes...). Su animal favorito era el oso, por lo que las doncellas de su culto vestían este disfraz. Es curioso, pero aquí tenemos una coincidencia con Fernán Pérez de Andrade y es que el sustrato cultural indoeuropeo permanecía en el s. XIV. Preside los matrimonios y dirige a los colonizadores de nuevas tierras. Por su personificación de la luna también suele llevar una antorcha y una media luna en la frente e influye en la reproducción y desarrollo de los seres vivos.

Dicho de otra manera, Diana no es más que una de las muchas formas de la Diosa Madre indoeuropea, nuestra Iccona (o Epona) loimina (la diosa luminosa de los caballos y de la luna) que se encuentra en la inscripción de Cabeço das Fraguas (Portugal).

Todos venimos de aquellas gentes, particularmente desde el Neolítico, que dependían del clima para sobrevivir, para conseguir buenas cosechas. Todavía hoy cuando en el campo se ve la televisión, son las noticias del tiempo las que despiertan mayor interés, un interés que sólo se iguala cuando se conoce la muerte de algún vecino. La necesidad de tener buen tiempo generó la adoración y personificación de los astros principales, el Sol y la Luna. Este hecho y el culto a los muertos (en Galicia, los cementerios, cruceiros, Santa Compaña...) son constantes culturales que trascienden los milenios y las religiones y que todavía están vigentes en nosotros mucho más de lo que creemos.

La imagen de Artemisa con Apolo niño en los brazos es la base de partida de uno de los  modelos más conocidos de la Virgen María con el Niño Jesús, otra versión más de la ancestral Diosa Madre, y no olvidemos que la luna también forma parte de ésta en la Purísima Concepción. Todo lo cual nos confirma en la idea de que con nombres diferentes y religiones distintas, la Diosa Madre de los pueblos indoeuropeos permanece entre nosotros. En Betanzos ella preside nuestro caminar por la Plaza del Campo, la cual puede verse, por lo tanto, como un templo a nuestra Diosa Madre, la de los mil nombres, la luminosa, la de la luna, la que protege nuestros hijos y nuestra vida. Porque las religiones, como productos culturales que son, nacen, se reproducen y mueren, pero hay un sustrato básico (Diosa Madre-Luna, Dios Padre-Sol...) que tiende a permanecer, mientras las condiciones de vida en la tierra no cambien radicalmente.